domingo, 1 de enero de 2012

Sangre en mis manos

sangre en mi boca, sangre que mancha mi ropa, pero carezco del sentido del gusto, sólo siento que refresca mi garganta, que calma mi ansiedad. No sé porqué la bebo, no siento hambre, es sólo puro deseo por sosegar este fuego que me invade.
A mi alrededor los restos rojizos del cuerpo que acabo de descuartizar provocan mi voracidad. Soy consciente de lo que estoy haciendo y no me siento feliz, sin embargo, no puedo parar, algo dentro de mi me ordena seguir, ocultando cualquier sentimiento de piedad, o de humanidad.
Dos soldados aparecieron un día por la isla, los vi, los intuí, los olí en la lejanía. Y mi instinto me llevó a hacer lo que hice . A cada paso mi mente iba registrando como un testigo mudo cada paso que daba, cada acción que ejecutaba. Me veía a mi mismo como si estuviera sobrevolando la acción y, sin embargo, era yo mismo, ¡yo!, el que se arrastraba ocultándose sigilosamente por los diferentes puntos, el que venteaba para saber la dirección de los dos humanos que tanta ansia provocaban en mi.
Me acordé de esos vídeos que había visto sobre animales de presa en plena caza. Sin embargo no era yo mismo, no podía controlarme a pesar de todo. Algo dentro de mi ordenaba y yo obedecía sin más.
Llegué oculto a su altura y me abalancé sobre uno de ellos. De una gran dentellada desgarré su cuello y la yugular expulsó todo su contenido como un geiser, manchando el suelo, tiñendo el verde de la hierba, mientras como si fuera una cámara lenta, yo lo iba grabando todo en algún punto de mi oscura mente. El otro soldado se volvió, pero apenas le dio tiempo a reaccionar, salté sobre él mientras su compañero mortalmente herido se agarraba la herida y caía como una roca hasta el suelo.
La acción pareció durar minutos, pero fueron escasos segundos. Mis manos erizaron las uñas contra el pecho de la nueva víctima y se clavaron en él, mientras un disparo atravesaba el lugar donde yo debería tener un riñón. Algo oscuro se derramó allí, pero nada me detuvo y el pobre hombre vio cómo le abría el pecho, cómo extraía su corazón y me lo llevaba a la boca. Ahí no pudo más y exhaló.
El primer soldado aún se revolvía por el suelo sujetándose fuertemente el cuello. No había en su mirada más que un horror contenido, un miedo incomprensible.
Habían cometido el error de mandar a un par de pobres soldados como avanzadilla y habían caído en mis garras cuando menos se lo esperaban. Desde el helicóptero no pudieron ver nada, pues me había arrastrado por las sombras, ocultándome por los túneles que unían los diferentes edificios y aproveché que habían entrado en las ruinas de uno de ellos para atacarles. Así que mi acción quedaba, presuntamente, impune. Sin duda deducirían que aún había un peligro oculto en la isla, pero para eso debían descender y yo estaría esperando para darme otro festín.
Ahora, cuando me veo a mi mismo, todo mi uniforme está negro de la sangre que a borbotones ingerí para calmar la ardiente garganta de este cuerpo en el que vivo. No siento remordimiento, ni pena, soy así y punto. La carne roja humana me atrae y despierta mi voracidad, pero si no hay humanos cerca, no siento nada ¿Por qué se empeñan en tentarme?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario