viernes, 3 de abril de 2020

SORPRESA V y final (un cuento apocalíptico en 5 entregas)



NUEVA VIDA

Decidí que lo mejor era dejar la puerta del apartamento abierta. En el difícil caso de que salteadores entraran en el edificio, les llamaría la atención un piso cerrado. Pero llevé todas mis reservas de agua y comida al refugio oculto que había creado mi padre y por la noche me encerraba allí y por el día procuraba adivinar los ruidos para reconocer los que eran propios de un edificio vacío y los que podían ser de personas acercándose sigilosamente.

De vez en cuando salía de ronda por los pisos. Iba con una mochila, haciendo un minucioso rastreo de cuanto pudiera ser de utilidad. A pesar del saqueo sufrido, tal vez por las prisas, los salteadores que se llevaron a mi hermano se habían dejado bastantes alimentos y utensilios importantes. Así que me hice con unas amplias reservas, de las que di prioridad a las más perecederas. Mi refugio era ahora una despensa casi inagotable.

Aprendí a vivir de nuevo, de otra forma. Curiosamente mis alergias desaparecieron y noté cómo el color de mi piel se normalizaba. Por las cañerías llegaba algo de agua, más que en los últimos tiempos con el edificio lleno de vecinos. Tomaba el sol en la azotea, pero procuraba no asomarme al borde por si alguien estaba a la vista, para que no me descubriera. Me entretenía leyendo y aprendiendo cosas útiles.

Dejé de apuntar las fechas en el calendario, eso me causaba aún más estrés. A veces me tumbaba en el sofá y sin darme cuenta transcurría el día así. Poco a poco fui cambiando. Dejé de lavarme. Dejé de cuidarme. Dejé casi de comer y de beber. Y dejé de vigilar.

En el fondo creo, que dejó de importarme nada de lo que ocurriera.


ÚNICO

Un día, harto ya de mi soledad de meses, me asomé a la ventana, nada me importaba ya que me descubrieran. Observé cansinamente el horizonte de edificios con ventanas unas rotas y otras enteras, nada nuevo podían ofrecerme, las conocía a la perfección de tanto mirarlas. Las había contado, sumado y multiplicado. Mis ojos vagaban sin sentido y se detuvieron solos en un punto, entonces avisaron a mi cerebro para que abandonara la modorra y atendiera a la sombra que se adivinaba en determinada ventana. ¡Era otro ser humano!

Me le quedé mirando. 

Así varios días seguidos, a la misma hora, el mismo lugar. Él también me observaba. Decidí que ya estaba bien de aislamientos, nació en mi la esperanza. Tomé la pizarra de los juegos, escribí un saludo y me lo coloqué delante del cuerpo, pegado al cristal, para que lo leyera perfectamente. Mi sorpresa fue que él hizo lo mismo. Pero aún más me sorprendí cuando, tras esforzarme por la distancia, conseguí leer su texto: “Hl, q tal?”. Justo lo mismo que yo había escrito, justo con las mismas letras, ni una más ni una menos. 

Y entonces recordé que muchos propietarios de estos carísimos apartamentos habían instalado espejos en vez de cristales en las ventanas, para preservar su intimidad.


@ by Santiago Navas Fernández



P.D.- Efectivamente, premio para los acertantes, es Salvador de Bahía, Brasil. Puedes ver cositas de esta bella ciudad pinchando en

 https://www.turismobr.com/informacion-general-de-salvador-da-bahia/

jueves, 2 de abril de 2020

SORPRESA IV (un cuento apocalíptico en 5 entregas)



EL HUECO

¿Qué hace quien se queda así, en soledad? ¿qué hacer cuando por la noche, en total oscuridad, escuchas crujir la madera como si alguien estuviera recorriendo en silencio tu piso para robarte la vida? Algo debía hacer, reaccionar, buscar a mi hermano, a mis padres. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Me decidí y un par de días después, descendí lentamente los pisos revisando uno a uno, me detenía en la puerta a escuchar cada susurro, pero sin entrar. Todo era silencio, si algún ruido con sentido humano me llegaba era tan lejano que fácilmente se comprendía que venía del exterior.

Seguí bajando muy despacito. Todo estaba abandonado, las puertas habían sido destrozadas para entrar, pues estaban concienzudamente cerradas, no como la nuestra, que solo tenía el pasador y apenas estaba rota porque para eso mi hermano la abrió a tiempo. Se reconocían indicios de pelea, había manchas de sangre y abajo del hueco, cuerpos amontonados. Yo no lo sabía, pero al final me di cuenta, habían sido arrojados desde lo alto. Allí amontonados reconocí a varios vecinos, a varios amigos y… a mis padres.

De mi hermano no encontré rastro.

Subí envuelto en lágrimas sin darme cuenta de nada y me dejé caer en el sofá, donde al cabo de unas horas, lo sé porque lo último que recuerdo es que anochecía, me quedé dormido.


PAISAJE

Estuve un par de días sumido en una especie de nebulosa que me impedía moverme, temí que fuera la enfermedad que se había activado e iba a acabar conmigo. Casi no podía ni moverme, no comí, sólo bebí agua de la botella que mi hermano había dejado allí mismo. Estaba a la mitad, pero me fue suficiente.

Volví a bajar, pero esta vez ya sabía lo que me iba a encontrar. Recorrí el portal aprovechando que desde la calle no se me vería. Obviamente no estaba cerrado, pero sí lo estaba la verja exterior, con un poco de suerte, nadie iba a entrar. Entorné la puerta muy despacio. Me fijé en la de subida del garaje, cerré la puerta y eché el cerrojo interior, al menos por ese lado no entrarían. No quise mirar el montón de cadáveres en el hueco, ya comenzaban a destilar su pestilente olor. Era una situación muy cruel para mi, allí estaban mis padres y los padres de mis amigos, entre otros vecinos, tal vez hasta mis propios compañeros de juegos, desde luego no lo iba a comprobar ¿Y de mi hermano qué? 

Estuve un rato pensando, tratando de comprender lo que había pasado, especulando con su paradero. Observaba los cadáveres pero no veía sus caras, no podía hacerlo. Hasta que un instinto interior me devolvió a la realidad y me decidí a subir a casa de nuevo.

Aproveché para recorrer los pisos y ver si había algo que me sirviera. Reconocí los apartamentos de mis amigos, sus habitaciones que conocía de ir a jugar con ellos antes de que me rechazara la Comunidad y tuviese que ocultarme. Reconocí sus juguetes. Pero también entré en otras que no conocía. Todo estaba roto y tirado por el suelo, no sé lo que irían buscando aquellos hombres, pero seguro que era cualquier cosa de valor.

Después decidí subir a la azotea. El espectáculo era increíble. La ciudad ardía por el centro, al fondo, también por donde estaban los polígonos y por los barrios de las chabolas. Había explosiones y más fuegos aquí y allá. Recorrí el perímetro de la azotea observando el contorno de la urbanización, la reja se mantenía en su lugar e incluso pude ver que estaba cerrada en todas sus puertas. Quizá el vecino que abanderaba a los que se llevaron a mi hermano, la cerró con el secreto instinto de que un día pudiera necesitar un refugio. Los demás edificios habían sido saqueados igualmente, las ventanas de cristales rotos demostraban la violencia sufrida.


@ by Santiago Navas Fernández


P.D.- No, no es Río de Janeiro, aunque sí hablan el portugués. El gentilicio de sus habitantes es soteropolitano (no vale usar google para encontrarlo ¿eh?)

miércoles, 1 de abril de 2020

SORPRESA III (un cuento apocalíptico en 5 entregas)



SOLOS 

Al día siguiente salimos del escondite mi hermano y yo. Recorrimos el piso, pero no encontramos a mis padres. La puerta estaba abierta, parecía como si hubieran intentado forzarla desde fuera. En el descansillo había restos de sangre, nos asomamos al hueco de las escaleras, abajo había algo, pero no podíamos distinguir qué. El silencio lo inundaba todo, hasta que de repente oímos en algún piso superior, órdenes, gritos, golpes y luego disparos.

Nos asustamos tanto que salimos corriendo y nos ocultamos en el piso, cerramos la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido y nos paramos a escuchar detrás. Oímos voces, gente bajando los escalones, reconocimos alguna que otra, pero por lo que decían decidimos que lo mejor era guardar silencio a la espera de que regresaran nuestros padres. Era extraño, porque nunca se ausentaban ambos a la vez, siempre uno permanecía en el piso.

El grupo pasó de largo sin detenerse. Iban comentando a grandes voces lo que había sucedido y golpeando las paredes. No nos atrevimos a salir, el miedo se apoderó de nosotros. Llegó la noche, estábamos solos, sin hablar, no podíamos o no queríamos hacerlo para no confesar nuestro miedo, la angustia nos dominaba. No probamos a encender la luz siquiera, no comimos, solo bebimos agua, como nos habían enseñado mis padres a hacer, había que estar hidratados. Tampoco nos atrevimos a movernos mucho para no hacer ruido, así que nos tumbamos en el gran sofá del salón y nos cubrimos con la manta de ver la tele, cuando la hubo. Y poco a poco nos quedamos dormidos. Estábamos solos, muy solos, pero aún no lo sabíamos.


INVASION

Sentimos un fuerte golpe en la puerta, luego otro y otro más, estaban tratando de tirarla abajo. Nos levantamos temblando y salimos al pasillo con la esperanza de que fueran nuestros padres, pero no podían ser ellos. Mi hermano me mandó ocultarme en el hueco secreto del armario y él se dirigió a abrir el pestillo de la puerta. Lo sé porque me quedé mirando desde el salón, a través de la rendija que forma con el marco, en dirección a la entrada. En cuanto mi hermano los abrió, accedieron unos hombres armados y sucios, detrás de ellos apareció el vecino que había desaparecido hacía tiempo, parecía ser “el jefe”.

Se llevaron a mi hermano con ellos. En cuanto a mi, no me vieron, con lo cual no me buscaron, ni siquiera sé si ese vecino conocía de mi existencia. El caso es que corrí a esconderme donde debía estar. Por alguna razón no recorrieron el piso, no lo saquearon, como hubiera sido lo esperable. Tal vez, pensé, el vecino sí sabía de mi enfermedad y no quiso adentrarse en el apartamento por si estaba contagiado, pero ¿por qué se llevaron a mi hermano? ¿por qué entraron?

Así que me quedé solo en un inmenso silencio. Pero no podía quedarme así, sin saber por qué. Al cabo de un rato y con mucho sigilo abandoné mi encierro y me moví muy lentamente hacia la entrada, parándome a escuchar los mil ruidos y susurros que llegaban hasta mi. Bajaron, eso estaba claro. Se habían dejado la puerta abierta. Me asomé con infinita cautela y los sentí hablar algunos pisos más abajo, adiviné que se paraban en los descansillos y entraban en los pisos, para saquearlos seguramente. 

Oí también el grito de algún vecino que oculto en su apartamento, había sido descubierto. Su voz, más bien un alarido de pánico, se perdía por el hueco de la escalera alejándose rápidamente. Mi mundo estaba en pleno debacle y yo no lo sabía. La selección natural de los más fuertes había comenzado y yo estaba solo. Verdaderamente solo.

@ by Santiago Navas Fernández

P.D.- No es la capital de su país, pero lo fue durante mucho tiempo y tiene playas y barrios muy típicos "coloniales". Mañana te diré qué idioma es el oficial.


martes, 31 de marzo de 2020

SORPRESA II (un cuento apocalíptico en 5 entregas)




DISPAROS

Un día escuchamos disparos, venían del interior del propio edificio. Ya hacía unos días que el vecindario andaba aún más revuelto. Mi padre volvía con cara muy seria de las reuniones, de la distribución de suministros y de los turnos de ronda. Habían comenzado los problemas, eso no nos lo dijo, por no inquietarnos, pero mi hermano y yo lo oímos cuando se lo contaba a mi madre. Algunos propietarios se habían quedado sin efectivo, comenzaba a fallar internet y las tarjetas no servían, así que no podíamos contar con seguir haciendo los pedidos de esa forma. En las reuniones se hablaba de que aportaran otros bienes que tuvieran en casa como garantía de pago para cuando todo pasara, pero alguien dijo que eso no podía ser, pues nadie tenía garantía de su valor real cuando pasara todo aquello, además, ¿quién iba a comprárselo?

Los que se animaron a hacerlo, ofrecían cantidades de dinero ridículas, además, sólo querían joyas, nadie aceptaba cuadros ni otros valores. Todos pensaban en la forzosa posibilidad de tener que huir y si el dinero desaparecía, el único patrón válido iba a ser el oro. Se produjeron enfrentamientos muy agrios. Entonces se decidió crear una especie de policía interior, rotatoria, claro.

Cuando mi padre volvió tras el ruido de los disparos, nos lo contó a todos: hubo un intento de robo en el almacén común. No era gente de fuera. Y un vecino había muerto a manos de otro de los que estaba de turno de guardia. Ahora tocaba organizar una especie de juicio pues se acusaba al que disparó, de tener una enemistad previa con el fallecido.

El caso es que esto marcó el inicio del caos. La gente que no tenía dinero pedía por caridad la comida, pero el coste de los productos cada vez era más elevado y resultaba difícil la solidaridad. La tele dejó de emitir todos los canales menos el gubernamental, la radio se redujo a dos o tres emisoras. Y por ellas supimos que el ejército ya no patrullaba; luego un vecino, que tenía un primo en la Comandancia, informó que habían licenciado a casi todos los militares, pues no había capacidad para pagarles; y la policía se había acuartelado o disuelto, no sabíamos. El caos estaba servido.


ALARMA

Ya no existía la policía como un cuerpo de protección y orden. El Ejército apenas funcionaba en algún lugar, pero en todo caso, era un cuerpo que ya no servía a la patria. Desde la terraza veíamos las columnas de fuego subir hacia el cielo en el centro de la ciudad, estaban asaltando las grandes galerías comerciales y los pequeños comercios. El caos se había apoderado de la ciudad. La única emisora activa ya, casi de aficionados, lo relataba. A falta de Gobierno, un grupo de militares se había hecho con el control y erigido en mandatarios.

De repente sonó la alarma del edificio. Mi padre subió corriendo al cabo de un rato, sudaba por el esfuerzo, no había ascensor desde la semana pasada pues como la luz se interrumpía, habían decidido suspenderlo para que nadie se quedara encerrado; apenas nos llegaba agua a los grifos, así que también nos fallaba la limpieza casera y la personal. 

El caso era que a un vecino se le había manifestado el brote ¿cómo lo había pillado? Quizá lo tuviera de antes y en estos días de encierro lo había estado incubando, pero lo peor es que eso significaba que teníamos el virus dentro.

El caos se había apoderado del edificio. En la reunión, varios vecinos anunciaron que se marchaban, intentarían llegar a un lugar seguro o juntarse con sus familias. Otros propusieron matar al infectado para que el virus no se expandiese, luego aislar el cuerpo o incluso quemarlo en la azotea. La discusión había sido agria, los que se iban se desentendieron, los que se quedaban, no acordaban nada. Al final dos de los más violentos se lanzaron en busca del enfermo, pero éste mientras tanto, se había largado en su vehículo por el aparcamiento.

Así que mi padre nos mandó a mi hermano y a mi encerrarnos a cal y canto en el escondite. Sé que lo hicieron para que no escucháramos la discusión que organizó con mi madre. Deberíamos habernos marchado, pero conmigo no era posible viajar, cualquiera que me descubriera, es muy probable que nos matara sólo por mi aspecto físico, a mi por supuestamente portar el virus, a mi familia por si estaba contaminada. Al final decidieron que nos quedáramos todos allí. A puerta cerrada y, sobre todo yo, oculto.


@by Santiago Navas Fernández

P.D.- Es una de las ciudades más pobladas de su país. Tiene nombre compuesto.

lunes, 30 de marzo de 2020

SORPRESA I (un cuento apocalíptico en 5 entregas)



Te propongo un juego: cinco entregas diarias de dos micro relatos cada una, que al final forman una pequeña historia apocalíptica. Por cierto ¿sabrías de dónde es la foto?, la hice yo mismo en un viaje. Podrás adivinarlo porque al final de cada entrega pondré una Pos Data con una pista.


PRINCIPIO

Todo empezó hace un tiempo, no sabría decir exactamente cuánto. Lo primero que hicieron los padres y madres de la Comunidad, fue organizarse para vigilar el interior y el contorno del edificio, establecieron turnos de ronda y puntos de observación, la misión era garantizar el aislamiento.

Más tarde acordaron salir a hacer las compras de forma conjunta. Pero en seguida llegaron a la conclusión que era muy difícil ponerse de acuerdo. Así que, alguien contactó con un almacén de distribución para que nos trajera al edificio todo lo que necesitábamos. Cada casa haría un pedido y luego se recogería en el sótano del garaje.

Todo esto lo sé por qué mi hermano y yo se lo oímos a mi padre y a mi madre.

Vivíamos aislados siguiendo las órdenes del Gobierno, en nuestra colmena, para evitar que el virus nos infectara, pero también para evitar problemas, sobre todo a raíz de que la policía se encerró en sus comisarías y el ejército en sus cuarteles. Era una urbanización cerrada con inmensos jardines, piscina y dos pistas de tenis, en cuyo centro se elevaba el edificio de diez plantas donde vivíamos en apartamentos de entre 150 y 300 m2, muy apetitosos para los cacos. 

Eso duró hasta que alguien perdió el control de sí mismo y comenzó a dar problemas, los demás vecinos se reunieron. Los niños no sabíamos qué pasaba, solo que al vecino no se le volvió a ver nunca más.

Después de la desaparición, nada volvió a ser igual. Mi padre nos contaba que el ambiente había cambiado, la gente estaba tensa. Las rondas se habían doblado pues se detectó un intento de asalto a través del garaje. Y alguien dijo que un individuo había saltado la verja en algún punto, pero como no se encontró a nadie, no se pudo certificar. 


ESCONDITE

Leí en algún lugar que, tras la guerra de España, para no ser encontrados, algunos tipos se escondieron en lugares insólitos como dobles paredes, cuevas, etc. construidos en sus propias casas. Así que decidimos hacer algo parecido. 

Era pensando en mi, pues, aunque la enfermedad que yo tenía no estaba relacionada con el virus, sino que era una inmunodeficiencia congénita, a partir de la alarma de contagio, los vecinos no dejaban que sus hijos jugaran conmigo, ni les gustaba verme subiendo y bajando al jardín. Alguien en el edificio se dedicó a difundir el bulo de que mis padres escondían a su hijo enfermo en vez de llevarle al hospital. Así que hubo que intentar ocultarme. 

Mi padre era médico e investigador científico y trabajaba en un organismo del Estado al respecto. Él me explicó que yo era un privilegiado, pues había generado los anticuerpos correspondientes, pero en este momento, no tenía dónde dirigirse conmigo, pues todo lo administrativo que él conocía en el país, había desaparecido por la plaga. Lo último que hizo fue precisamente, analizar mi sangre en el laboratorio y llegar a esa conclusión. Intentó contactar con alguien de la OMS, pero no lo consiguió.

Así que un día, mis padres dijeron a los vecinos que me llevaban al hospital y salí a la vista de todos, pero cuando nos alejamos, detuvo el vehículo y me ocultó en el maletero; esa noche, con mucho cuidado, me subió a nuestro apartamento desde el garaje.

El escondite estaba oculto en mi habitación. Por alguna razón el arquitecto que diseñó el apartamento había dejado una profundidad inusual en el armario empotrado, tal vez quiso hacer un pequeño vestidor, el caso es que el fondo era de algo más de 1 metro. Mi padre había hecho construir una falsa pared longitudinal a la mitad, con lo cual aún quedaba un buen hueco en vano, al que accedía a través de una pequeña puerta disimulada en el fondo. Un medio metro que para mi era suficiente para tumbarme y tener algunas pertenencias conmigo. Mi madre, desde entonces, nunca abandonaría el apartamento si estábamos solos. 

Por mi parte, debía meterme en el escondite en cuanto llegaba a casa alguien desconocido. 



@ by Santiago Navas Fernández

Posdata: sí, lo que ves abajo de los rascacielos, al otro lado de la vacía carretera, es lo que parece.