DISPAROS
Un día escuchamos disparos, venían del interior del propio edificio. Ya hacía unos días que el vecindario andaba aún más revuelto. Mi padre volvía con cara muy seria de las reuniones, de la distribución de suministros y de los turnos de ronda. Habían comenzado los problemas, eso no nos lo dijo, por no inquietarnos, pero mi hermano y yo lo oímos cuando se lo contaba a mi madre. Algunos propietarios se habían quedado sin efectivo, comenzaba a fallar internet y las tarjetas no servían, así que no podíamos contar con seguir haciendo los pedidos de esa forma. En las reuniones se hablaba de que aportaran otros bienes que tuvieran en casa como garantía de pago para cuando todo pasara, pero alguien dijo que eso no podía ser, pues nadie tenía garantía de su valor real cuando pasara todo aquello, además, ¿quién iba a comprárselo?
Los que se animaron a hacerlo, ofrecían cantidades de dinero ridículas, además, sólo querían joyas, nadie aceptaba cuadros ni otros valores. Todos pensaban en la forzosa posibilidad de tener que huir y si el dinero desaparecía, el único patrón válido iba a ser el oro. Se produjeron enfrentamientos muy agrios. Entonces se decidió crear una especie de policía interior, rotatoria, claro.
Cuando mi padre volvió tras el ruido de los disparos, nos lo contó a todos: hubo un intento de robo en el almacén común. No era gente de fuera. Y un vecino había muerto a manos de otro de los que estaba de turno de guardia. Ahora tocaba organizar una especie de juicio pues se acusaba al que disparó, de tener una enemistad previa con el fallecido.
El caso es que esto marcó el inicio del caos. La gente que no tenía dinero pedía por caridad la comida, pero el coste de los productos cada vez era más elevado y resultaba difícil la solidaridad. La tele dejó de emitir todos los canales menos el gubernamental, la radio se redujo a dos o tres emisoras. Y por ellas supimos que el ejército ya no patrullaba; luego un vecino, que tenía un primo en la Comandancia, informó que habían licenciado a casi todos los militares, pues no había capacidad para pagarles; y la policía se había acuartelado o disuelto, no sabíamos. El caos estaba servido.
ALARMA
Ya no existía la policía como un cuerpo de protección y orden. El Ejército apenas funcionaba en algún lugar, pero en todo caso, era un cuerpo que ya no servía a la patria. Desde la terraza veíamos las columnas de fuego subir hacia el cielo en el centro de la ciudad, estaban asaltando las grandes galerías comerciales y los pequeños comercios. El caos se había apoderado de la ciudad. La única emisora activa ya, casi de aficionados, lo relataba. A falta de Gobierno, un grupo de militares se había hecho con el control y erigido en mandatarios.
De repente sonó la alarma del edificio. Mi padre subió corriendo al cabo de un rato, sudaba por el esfuerzo, no había ascensor desde la semana pasada pues como la luz se interrumpía, habían decidido suspenderlo para que nadie se quedara encerrado; apenas nos llegaba agua a los grifos, así que también nos fallaba la limpieza casera y la personal.
El caso era que a un vecino se le había manifestado el brote ¿cómo lo había pillado? Quizá lo tuviera de antes y en estos días de encierro lo había estado incubando, pero lo peor es que eso significaba que teníamos el virus dentro.
El caos se había apoderado del edificio. En la reunión, varios vecinos anunciaron que se marchaban, intentarían llegar a un lugar seguro o juntarse con sus familias. Otros propusieron matar al infectado para que el virus no se expandiese, luego aislar el cuerpo o incluso quemarlo en la azotea. La discusión había sido agria, los que se iban se desentendieron, los que se quedaban, no acordaban nada. Al final dos de los más violentos se lanzaron en busca del enfermo, pero éste mientras tanto, se había largado en su vehículo por el aparcamiento.
Así que mi padre nos mandó a mi hermano y a mi encerrarnos a cal y canto en el escondite. Sé que lo hicieron para que no escucháramos la discusión que organizó con mi madre. Deberíamos habernos marchado, pero conmigo no era posible viajar, cualquiera que me descubriera, es muy probable que nos matara sólo por mi aspecto físico, a mi por supuestamente portar el virus, a mi familia por si estaba contaminada. Al final decidieron que nos quedáramos todos allí. A puerta cerrada y, sobre todo yo, oculto.
@by Santiago Navas Fernández
P.D.- Es una de las ciudades más pobladas de su país. Tiene nombre compuesto.