jueves, 3 de febrero de 2022

LA CAJA


 

De repente apareció un día ante ellos, era una caja de galletas, vulgar, monda y lironda, sin embargo su color, su forma, un cierto brillo, el aroma que emanaba la convertía en algo singular.

 

¿Quién la había dejado allí?. Uno por uno todos los miembros de la familia negaron. El padre intentó acercarse, pero un fuerte dolor de cabeza y una invisible fuerza se lo impidió.

 

El perro ladraba y tuvieron que llevárselo, pues, incapaz de acercarse, lo intentaba y cuanto más lo hacía más crecía su estado de histerismo.

 

Llamaron a un vecino dueño de una tienda de alimentación, pero desconocía hasta la marca de las galletas, cuyo emblema destellaba desde el centro del salón, con un brillo que cada vez se hacía más intenso.

 

Acudió el vecino manitas con sus herramientas, pero le fue imposible acercarse. Un martillo que le arrojó rebotó como si fuera una pelota de goma, golpeándole en la rodilla con increíble fuerza al regresar.

 

Llamaron a la policía, que al principio les quiso multar por tomarles el pelo, pero cuando intentaron coger la caja, no consiguieron ni acercarse. Uno de ellos sacó su arma, pero no pudo disparar, era incapaz de apretar el gatillo. Llegaron también los bomberos, arrojaron espuma y agua alternativamente, luego uno intentó golpearla con el hacha, pero fue incapaz de acercarla a menos de un metro. 

 

La noticia corrió como la pólvora y se presentaron televisiones, radio, prensa escrita. La familia tuvo que pedir protección porque todos pedían una entrevista.

 

Los vecinos se quejaron de las múltiples molestias, aunque en realidad lo que sentían era pánico. Pero nadie conseguía acercarse a la Caja. Vinieron del CNI unos hombres de bata blanca, tampoco pudieron acercarse a menos de un metro

 

Primero fue el padre el que cayó enfermo, luego la madre y más tarde los hijos. Las autoridades sanitarias decidieron, a la vista de lo ocurrido, precintar el edificio con la familia dentro. La prensa se retiró, ya no había peticiones de entrevistas, ni fotógrafos, ni micrófonos.

 

El Gobierno realizó unas contundentes declaraciones. El Juez Presidente del Tribunal Supremos ordenó el secreto del sumario que comenzó a incoarse. El ejército acordonó el lugar y se cortaron las comunicaciones con el interior de la casa, la familia quedó prisionera dentro de su hogar.

 

El tiempo ha pasado y todo sigue igual. Por encima de los muros que rodean el patio se escucha al perro aullar, nada más. Un brillo cegador se desparrama por los cuatro costados del edificio y lanza su potencia por encima de la ciudad, como un faro atemporal. 


Una nueva religión ha nacido y sus fieles, cada día más numerosos, se reúnen en el parque frente a la casa. En el pecho llevan cosida una "galleta" en forma de caja de galletas y rezan, en silencio, mientras sus cabezas se van alargando y redondeando, y los que no rezan porque no son creyentes, se van cubriendo de pelo por cara y manos.



@ 2021 by Santiago Navas Fernández

miércoles, 27 de enero de 2021

MICRORRELATOS Nº 1: ¿¡Metamorfoqué!?

 



La música atronaba al otro lado de la puerta, el agua caía a chorro desde el lavabo reventado y se mezclaba con los orines del atascado inodoro. Su cara reflejada en los pedazos del espejo que se salvaron del puñetazo, sangre en la mano y un dolor agudo. El rostro desencajado, bajó la vista hacia lo que debía ser su pene, una lengua bífida entre dos colmillos y dos ojos amarillos lo observaban amenazantes.



@ 2021, by Santiago Navas Fernández



P.D.- A partir del 25 de marzo, figurará en una obra colectiva de microrrelatos de terror, editado por la editorial "Diversidadliteraria.com".

jueves, 14 de enero de 2021

ANOCHE VOLVÍ A SOÑAR CON TRACY




La cámara enfocaba a una mujer tumbada en una hamaca junto a una piscina, de repente la imagen se elevaba y alejaba a una velocidad vertiginosa, se veía sucesivamente el contorno de la urbanización, del país, del planeta, ascendía hasta el cosmos, la galaxia... y cuando ya todo era casi oscuro, deshacía el camino y volvía a pasar por todo aquello que habíamos recorrido antes, pero al llegar a la mujer no se detenía, alcanzaba su piel, se introducía por un poro, el rojo nos rodeaba y seguía penetrando para llegar a un paisaje desconocido, organismos y lucecitas como las del cosmos... y al fin, la oscuridad total, la música se detenía y el vídeo acababa. Me desperté así, recordándolo y a oscuras, sin saber si era pronto o tarde, ningún destello del reloj en la mesilla, ni en la ventana, ni insinuándose por debajo la puerta. Estaba en el negro más absoluto, perfecto.

Comencé a recordar. Julia y las niñas se habían ido al pueblo a pasar el fin de semana y yo me quedé para acabar ese trabajo tan importante que tenía que presentar el lunes "¿qué hice anoche?", a ver, en cuanto salieron estuve preparando las cosas que necesitaría y luego cené, vi una película y me tomé una copa... o dos, no sé. Luego entré en el email para recoger material que me habían enviado desde la oficina y allí estaba el vídeo... Pero no recuerdo más.


(sigue leyendo en santiagonavasfernandez.com)



sábado, 14 de noviembre de 2020

LA PARTIDA DE AJEDREZ


El hombre sentado en su atalaya, miraba atentamente las tropas formadas ante él. Desde el otero en el que se situaba, podía ver a su contrincante en similar posición. Su mente estaba llena de estrategias pero intuía que esta vez nada sería igual para ambos. Había pasado revista a sus fuerzas, corregido su formación, dado las instrucciones debidas, revisado planos y directrices, preparado todo aquello que debía tener a mano para servirse durante la batalla, que se adivinaba larga y agotadora. Alzó los ojos hacia el oponente, que hizo lo mismo, se miraron profundamente, se conocían demasiado como para suponer que aquello sería un dulce paseo por una nueva guerra, sabían de sus gustos, conocían sus debilidades, habían estudiado juntos estrategia, habían practicado miles de veces, se habían enfrentado a cientos de contrincantes. No se consideraban enemigos, no lo eran, tampoco amigos, no podían serlo. En juego estaban demasiadas cosas como para tomarlo como otra simulación, como una clase práctico-teórica, como si fuera una partida más. Los segundos transcurrían sin que nada pasara, las tropas se inquietaban aunque no dejaban traslucir su nerviosismo, firmes, impasibles, plantadas en su sitio. Una voz como de ultratumba les avisaba del pronto inicio del enfrentamiento. Ambos volvieron a mirar a sus ejércitos... al frente la Infantería desplegada en horizontal, la estrategia teórica más elemental aconsejaba el cambio de posición a una punta de flecha pero ¿por qué lado iniciarla? ¿al centro? ¿a la izquierda? ¿a la derecha? ¿qué haría el contrario? ¿cómo iniciaría la batalla el ejército oponente? ¿cómo se defendería al mismo tiempo que desplegaba su ataque? ¡ahí estaba el secreto de la victoria! La Caballería estaba preparada para actuar si fuera necesario, saltando incluso por encima de sus compañeros para asentar las posiciones. Desde las Torres se vigilaban los movimientos de las tropas propias y ajenas, preparadas para replegarse y proteger su pieza más valorada, enrocándose en una maniobra mil veces calculada, hecha a tiempo, ni antes ni después, para no afectar a la estratagema propia y destrozar la contraria. Y los Alfiles, nobles señores, se apostaban para realizar sus rápidas avanzadillas y luego replegarse con igual velocidad en caso de peligro, para defender a sus señores, que quedaban en retaguardia protegiendo la bandera y la honra de su propio Ejército. La Reina miró al Rey, era tan poco y era tanto a la vez, Él, que lucía la corona de puntas más alta, sabía que dependía totalmente de ella, porque ella era en realidad, la que más podía conseguir de sus tropas y contra sus enemigos, ella, que aunque cayera no significaba que la guerra hubiera terminado, era la más importante guerrera de todo el escenario, ella, sin la cual, el Ejército entero se tambaleaba. Si el Rey caía, caía el reino entero, pero si la Reina caía, el Rey sabía que estaba a un paso de la muerte, con un pie y medio en la tumba, porque la Reina lo era todo y aún así, se exponía más que Él, incluso se abalanzaba en busca del enemigo, al que dar la muerte definitiva y poder hacerse con el reino contrario. La voz en off volvió a atronar dentro de los cerebros de los expectantes contrincantes, había llegado el momento, todos atentos, todos en silencio, todos pendientes de la mano que lentamente bajó para accionar el reloj mágico que marcaba el tiempo de cada jugada, un minuto máximo, si no, pasaba el turno. Comienza el ejército blanco y el contrincante que lo dirige ve cómo la mano invisible da un certero golpe en el cronómetro de mesa y éste empieza a correr frenéticamente, pero no le va a pillar desprevenido, es el inicio y todo está por hacer, así que manda avanzar a la Infantería, con el sargento por delante, al frente, como los valientes. "A la batalla" resonó en el recinto y la mano del primer contrincante, el del ejército blanco, se lanzó contra el cronómetro, un botón saltó con su golpe y el otro contrincante supo que era su turno, ¡adelante!, mandó salir a la Infantería, pero él prefirió escoger en la línea a un soldado presuntamente inofensivo. Rápidamente, el contrincante del ejército negro lanzó su mano también para golpear el cronómetro con energía, con una fuerza que rebelaba su deseo de ganar, su ansiedad por ver llegar la victoria trotando sobre su Caballería, ondeando en las Torres que protegían a su Rey, mientras la Reina cobraba las cabezas enemigas una tras otra acompañada de los Alfiles. Claro que ambos generales pensaban igual, tenían los mismos deseos, parecidas estratagemas, se conocían demasiado, habían estudiado y batallado juntos muchas veces. Pero ahora sólo podía quedar uno, tenían que ser despiadados, olvidarse de la amistad, olvidarse del tiempo pasado juntos, olvidarse de sí mismos incluso, de sus familias y de sus recuerdos. La batalla era el final de la guerra y el que se alzase con la Corona Real del otro lado y color, sería el único... demasiado premio como para despreciarlo, toda la vida preparándose para esto, ahora era la hora. El blanco mandó salir a un cabo, quedando por detrás del sargento, mirando al flanco por el que había avanzado el soldado enemigo. Y éste, le dijo al Alfil que se asomara. ¿Qué pretende? se dijo el contrincante blanco. ¡Demasiado básico! se dijo el contrincante negro, mientras veía cómo su enemigo lanzaba el Caballo por encima de la linea de Infantería, amenazando con un salto posterior hasta cerca de su territorio. Las respectivas manos que ordenaban el movimiento de las tropas, iban con velocidad y decisión contra el cronómetro de la mesa, lo golpeaban y hacían saltar el botón del contrario, casi lo dejaban caer del fuerte impulso con el que golpeaban, aunque solo querían accionar el resorte del minuto, sorprender al enemigo sin una decisión tomada, ponerle nervioso para que no diera con la solución y así ganar un turno que podía ser decisivo, o que se equivocara por la rapidez al tomar un camino erróneo que le condujera a la derrota. Ninguno de ambos tardó nunca más del minuto, por el contrario, generalmente les sobraba tiempo sobre el estipulado. La dama negra, su querida Reina, se asomó a la primera línea por detrás del soldado. Y cuando todo parecía tan sencillo, la estrategia sufrió un vuelco casi suicida. Los movimientos se sucedieron en segundos, casi tardaban más los cambios en el cronómetro que los avances y requiebros de las tropas en ambos ejércitos. Se percibía el esfuerzo, el sudor corría por sus frentes, el ardor guerrero estaba en sus máximos niveles, la batalla se presentaba encarnizada y la sangre, a poco, comenzó a correr entre los cuadros del suelo. ¿Media hora? ¿fue sólo media hora? o quizá algún minuto más, pero todo acabó de repente, como había comenzado, con un silencio eufórico para el ganador y abominable para el perdedor. La cabeza del Rey derrotado cayó al suelo y las tropas enemigas, las vencedoras, o lo que quedaba de ellas, corrieron a recoger la corona y cuando la tuvieron en sus manos, comenzó el griterio y el llanto. Gritos de felicidad, de victoria, de "lo logramos" y lágrimas por los caídos, por la derrota, por el reino perdido. Lo contrincantes se miraron, estaban exhaustos, su ropa estaba sudada y sucia, olían a guerra, a esfuerzo, a victoria o derrota o viceversa. Les dolía la cabeza. Pero no diremos quién ganó a quien, eso no importa, lo importante es la batalla, el ganador da igual, lo importante es la guerra, el derrotado da igual. Murieron guerreros, se perdió un reino que desapareció en los anales de la Historia y perduró otro más grande. Y eso es lo que importa.

Los auxiliares salieron al tablero a recoger los restos humanos en carretillas, para luego limpiar con agua y cepillos el lugar, antes de que se secara la sangre. El público atronaba en las gradas. Otro sábado noche más de apuestas, unos pierden y otros ganan. Los luchadores vencidos y los mal heridos de cualquiera de los dos bandos, serían cuidados para que estuvieran listos en siete días, para la nueva cita. A los muertos los echarían de menos pocas personas. Una vez más, la raza de los esclavos habían divertido a la raza de los comunes, mientras la raza de los dirigentes mandaba las tropas humanas y comía y bebía lo que apenas nadie sabía que existía, refugiados en sus palcos acristalados desde los que observaban el espectáculo. La masa reía, gritaba, se peleaba, disfrutaba de su escasa "libertad" durante unas horas, como cada semana, antes de enfrentarse a una más, que comenzaba el mismo día siguiente, domingo, que dicen los anales que fue festivo entonces, hoy, primer día de la semana laboral. El Nuevo Mundo S.A. permitía este dispendio, un solo día de descanso. Sobre el tablero, peleaban por otros siete días más de vida, los disidentes, los que se negaban a seguir la Ley que el Gobierno elaboraba para todos, por el bien de todos, tras el desastre que se llevó por delante al Mundo, el gran tablero de Ajedrez sobre el que se libró la Gran Batalla. Así estaban las cosas. Así iban a seguir. El mini grupo de los contrincantes, los generales que dirigían las tropas, se reunían para comentar lo acontecido esa noche, su única función: preparar la batalla del sábado, organizar las tropas y mandarlas a la batalla. Esa era su vida, para eso había servido su alta cualificación, para eso... Nada más que comentar, sobrevivir era la misión.

El perdedor se ajustó las gafas tras lavarse la cara ante el espejo. A veces se preguntaba... a veces querría... pero solo a veces. La humanidad... eso era Nuevo Mundo S.A. 


@ 2021, by Santiago Navas Fernández 

@ 2020, by Santiago Navas Fernández


martes, 20 de octubre de 2020

NUEVO MUNDO, S.A. (un nuevo capítulo de SORPRESA)




Me desperté por el estruendo. Estaba durmiendo entonces en la planta segunda, en el apartamento de mi amiga desaparecida, pensé que ya no necesitaba tanto aislamiento como tenía tras la falsa pared de mi habitación, así que me bajé al suyo. Y por eso oí el retumbar de los golpes contra la puerta del portal, los motores que recordaban a vehículos, recorriendo la avenida. Fuertes pisadas, como de un ejército desfilando, o quizá mejor corriendo, a las órdenes de un sargento de voz potente, rodeados de cánticos de ánimo. Creí que era un sueño y abrí los ojos, pero enseguida noté la vibración del suelo, el silencio se había roto, apenas recordaba tanto ruido, que era normal cuando el mundo era mundo, pero hacía tantos años, que ya no podía ni acordarme, de hecho, entonces no tenía pelo en la cara y ahora una barba nutrida la cubría.

Tuve miedo. Me quedé quieto escuchando, no podía asomarme, ni siquiera a la escalera hasta no estar seguro de que no habían entrado en el edifico. Pasaron los minutos y los golpes en la puerta de la calle pararon, se oyeron voces que eran órdenes dadas con contundencia, alejándose un poco. Era el momento. Puse mi oreja pegada a la puerta, nada parecía ocurrir en la escalera, aguanté casi media hora y abrí muy despacio, sin hacer ruido... ¡nada! no se oía nada. Me asomé a la barandilla, el hueco estaba en silencio y a media luz, sólo con la que entraba de las ventanas, no se veían restos de ningún desperfecto, ni cristales, ni maderas. Quizá se habían marchado sin entrar. Debía comprobarlo pero con la máxima cautela, porque sí me llegaba ruido desde la calle, aunque más diluido.

Bajé muy lentamente, extremando las precauciones. Desde el portal podía ver la puerta de entrada al condominio. Sin duda habían tratado de forzarla a base de golpes, pero no lo habían conseguido, eso era buena señal. Y por el garaje era prácticamente imposible entrar, en cualquier caso, ahí había una puerta que lo aislaba por unas escaleras estrechas, sería difícil que lo consiguieran y además, la había asegurado para que fuera inexpugnable. No, por el garaje no podía llegarme ninguna amenaza. Pero tenía que saber qué había ocurrido, así que me encaminé hacia la azotea, desde ahí podría ver sin ser visto.

Obvio decir que los huecos de los ascensores estaban vanos, pues los elevadores no tenían corriente y, en cualquier caso, me había asegurado que si la recibieran por un milagro, no funcionaran. Así que subí la torre de apartamentos a patita, lo había hecho muchas veces, no me importaba una más. Cuando llegué al final, abrí la puerta con mucho sigilo, todas las precauciones son pocas cuando has vivido aislado durante años y sin ver a ningún ser humano, ni restos ni pista de ellos. Los grandes recipientes que tenía en la azotea para recoger el agua de lluvia, me cubrían de cualquier mirada desde otras torres. Los había instalado hacía años, además de usar el agua para aseo y para mi consumo, tras un proceso de purificación mediante filtros y evaporaciones, había convertido los dos apartamentos de la última planta, en un campo de cultivo interior, una especie de invernadero, donde caía el agua de dichos contenedores. Con eso había conseguido comida fresca, recogiendo semillas, almacenándolas y cultivándolas poco a poco. Resultó que el vecino del quinto era ingeniero agrónomo y tenía multitud de vídeos, libros y un amplio semillero en su apartamento.

Salí a la azotea entre los grandes recipientes dichos y al final de un camino sinuoso, encontré la red que usaba para cazar algunos pájaros. Tardé en tejerla y la debía de reparar de vez en cuando, pero gracias a las semillas que depositaba en su interior, algunos pájaros acudían a comer y entonces se quedaban atrapados, cada dos días subía y los cogía, era otra fuente de alimentación fresca y natural. Y así, pude espaciar las viandas del congelador de la familia de mi amiga, en el sótano, aún quedaba gasolina para el motor del refrigerador.

Se oía el ruido de motores, los gritos y las pisadas sobre el asfalto agrietado. Me asomé con precaución extrema. Un ejército no demasiado numeroso pero bien pertrechado, se movía por la calle, que tenían ocupada y bloqueada. Dos tanques, uno a cada extremo, vigilaban lo que pudiera venir, mientras un buen número de soldados recorrían con sus miradas los edificios colindantes y las calles adyacentes. Otros se esforzaban por encontrar un portal en el que entrar, debían ser los mismos que habrían estado en el mío, intentando forzarlo. Ahora habían buscado algo más asequible ¡seguro! Y lo lograron, un portal de uno de los edificios de enfrente cedió a su fuerza y penetraron dentro a gritos, disparando, corriendo hacia arriba, por lo que pude adivinar a través de los sonidos que me llegaban.

Media hora después salían y se dirigían hacia un vehículo negro que estaba protegido en el centro de la calle. Tras hacer el saludo militar, descendió un hombre que recibió el mensaje que un soldado le transmitía. Supongo que le informaba que estaba todo en orden y despejado, porque asintió el civil y le siguió hacia el interior. Entonces otro comenzó a dar berridos señalando a camiones cubiertos hacia los que se dirigieron varios soldados sin armamento. Los abrieron y pude ver cómo comenzaban a descargar material protegido y cajas que fueron llevando al interior del edificio. Al cabo de un buen rato, sacaron un panel muy largo que acabaron colgando sobre la puerta "CUARTEL GENERAL. NUEVO MUNDO S.A." Por lo que yo recordaba, "SA" lo había visto siempre tras el nombre de empresas y fábricas, lo demás sí me cuadraba, pues indudablemente se trataba de un Ejército y el uniforme me era de sobra conocido, el Nacional.

Si iban a establecerse, como parecía, frente a mi refugio, debía ser cauto. Así que retiré la red de caza, pero los contenedores de agua no podía, tendría que dejarlos confiando que pasaran desapercibidos a los soldados que, a buen seguro, pronto alcanzarían la azotea para otear al resto del barrio desde allí. Así que me oculté. Efectivamente no tardaron demasiado en aparecer fusil en mano, no podían verme, pero aún así tuve miedo ¿qué pasaría si me descubrían? ¿eran un ejército nacional o eran una banda de criminales armados?

Durante varios días los observé trabajar, intentaba adivinar lo que hacían tras los cristales. Procuraba situarme en cualquier planta y desde allí mirar lo más oculto posible. Lo tenían todo ocupado. Al cabo de dos semanas instalaron en la azotea defensas con sacos y metralletas y en el centro de todo ello, una gran antena. En días sucesivos instalaron otras menores. Por las noches iluminaban el edificio, no sé de qué forma, pero tras las ventanas se veía a los soldados moverse. Vi al civil asomarse a las ventanas desde una especie de despacho, debía ser el mandamás. Ví a los soldados divertirse y emborracharse, también los vi vigilar mirando hacia todos los sitios a su alrededor. Así permanecimos más de un mes, yo les espiaba y ellos no sabían que yo existía.

Observando la antena me acordé que tenía una radio por algún sitio, además de los televisores, pero esos era más difíciles hacerles funcionar, además de peligroso, pero un transistor de esos pequeños, con algunas pilas de las que aún quedaban ¡milagrosamente! Al principio lo usaba casi todos los días, subía a la azotea y lo ponía en funcionamiento, movía el dial para un lado y otro, muy lentamente, por si salía alguna señal, pero jamás conseguí algo que pudiera ilusionarme. Supuse que si habían instalado una antena, era porque podían emitir señales radiofónicas, así que me predispuse a escucharles, a través de ellas, tal vez pudiera saber quiénes eran en realidad. 

Aquella mañana, tras comer algo, conecté el aparato, parecía que no iba a funcionar, tal vez las pilas se habían descargado, pero al fin el piloto se encendió. Recorrí el dial lentamente, nada conseguí, volví a intentarlo ahora en sentido inverso. De repente el aparato carraspeó, algo había. Con mucho cuidado fui moviendo el mando hasta llegar a la señal y entonces subí lentamente el volumen... era una grabación que repetía una vez tras otra:

"¡Ciudadanos! Aquí Radio Nuevo Mundo, transmitiendo para toda la Nación y el Mundo entero. Somos los supervivientes del Ejército Nacional, tenemos armas y suministros y estamos creando un espacio seguro en el barrio de Ciudad Bahía, de la capital, aquí os esperamos, venid todos los sanos y todos los justos, abstenerse los delincuentes, pues seréis castigados como merecéis: la muerte. ¡Ciudadanos supervivientes de esta hecatombe! el Ejército Nacional ha fundado Nuevo Mundo S.A. que con el Presidente a su cabeza, quiere recomponer la vieja Nación y el Mundo. Si estás sano, si necesitas ayuda, si quieres un nuevo futuro, acude al barrio de Ciudad Bahía, en la capital de la Nación, te esperamos. Juntos podremos construir el nuevo orden. Nuevo Mundo S.A., no te olvides"

No pude parar de escucharlo una y otra vez, no sé las horas que estuve ¿qué tipo de mensaje era ese? 


@ 2020, by Santiago Navas Fernández

viernes, 7 de agosto de 2020

ALONE AGAIN (continuación de SORPRESA)



LA NIÑA

No está mal, no, nada mal. Cuando me quedé solo en este edificio, creí morir de miedo. Todos los ruidos me parecían sospechosos, ruidos que había escuchado siempre sin oírlos, como a veces me pasaba con las charlas del profesor o con los sermones de la Iglesia, ¡oh, caramba!, hasta con ciertas conversaciones cotidianas en casa, ahora lo sé, por qué mi madre extendía el brazo y me soltaba un pescozón por no responderle cuando me preguntaba.

Así es, lo escuchaba sin oírlo y por tanto, sin enterarme de nada. Pues igual ocurría con el crujir del edificio en el silencio. Cada noche, chasqueaban las paredes, se ahuecaban los aislantes tras la pared, la madera se estiraba en la escalera... pero jamás había prestado la atención necesaria porque la tele, el ordenador, la música, o la conversación de alguien me lo impedía. Pero ahora, en el más absoluto silencio, todo se me hacía un mundo y, literalmente, me cagaba la pata abajo.

Necesitaba recorrer hasta el último rincón el edificio, había visitado casi todos los pisos y estaban vacíos. Pero había puertas sin abrir, debía entrar y comprobar qué existía al otro lado. Abajo, en el sótano, había un almacén o algo así, lo sé porque se lo oí decir a mi padre. Los vecinos estaban indignados, no sé de qué hablaban, pero lo hacían muy enfadados. Fuese lo que fuese, no les gustaba o eso creían. El caso es que aquella puerta jamás se abría, porque el propietario entraba directamente de la calle por otra puerta hacia el exterior, así que no cabía asomarse o ni siquiera denunciar, ya que solo tenían indicios.

En el segundo piso vivía el fulano con su mujer y una hija, un poco más pequeña que yo, aparentemente, porque resultaba imposible relacionarse con ella. Sus padres no la dejaban juntarse en el jardín privado de la urba, ni parase a hablar en las escaleras y cuando iba al colegio o volvía de él, siempre iba acompañaba de su madre, como un sargento, sólo le faltaba el mostacho, eso si ibas solo, o te colabas con ellas en el ascensor sin darles tiempo a decir "¡no, sube tú, guapo, nosotras esperaremos al siguiente!", como si fuera el metro.

Si te cruzabas con ellas e ibas con tus padres, entonces la bruja se volvía de miel, hablaba con mi madre, o si iba su padre, con el mío, aunque entonces había una tensión constante; pero imposible decir hola a la niña, mirarla como mucho y disimulando para que la sargento no te viera, porque entonces pegaba un tirón de la mano de la pobre criatura y la escondía detrás de su orondo cuerpo. Ella, tímida o atemorizada, jamás dijo nada, aunque sé que a hurtadillas nos miraba al resto de chicos y chicas de la vecindad, por la ventana o al cruzarnos, pero nos miraba.

La puerta estaba cerrada a cal y canto y la cerradura parecía imposible de forzar, así que adopté la paciencia como principal arma. Entre todos los pisos había conseguido un buen botín que ocultaba en el interior del armario disimulado de mi habitación, por si alguien entraba en el edificio que no me encontrara ni a mí, ni a mis escasas pertenencias, pero sobre todo mis vituallas ¡me iba la vida en ello!. Y también contaba con algunas herramientas, tomé un punzón y un martillo de goma y me dediqué día a día a golpear la madera en torno a la cerradura, ya que con ésta no podía, quería sacarla entera. Era un plan, podría haber otros y mejores, seguro, pero este era mi plan, sólo requería tiempo y de eso tenía mucho.

Silenciosamente fui horadando la madera y cuando llegué a calar, al cabo de tres meses de incansable tarea, me llevé una alegría, salté y amagué con gritar, pero me abstuve muy mucho de hacerlo. Al final, la cerradura se quedó encajada en su sitio, mientras que empujaba la puerta serrada y la abría. El piso estaba intacto, por un momento temí que saliera la sargento como una fiera de detrás de un sofá, pero no, no se oía una mosca.

La despensa estaba a rebosar, el frigorífico funcionaba y tenía muchos productos frescos e incluso había basura sin pudrir ¿¿??

Claro ¡allí había alguien!. Me costó varios días encontrarla y sí, era la niña, tal y como os habéis imaginado. "Hola" le dije. Me respondía tan escuetamente como yo me había dirigido a ella. "Sé que al final alguien me encontraría". Le pregunté qué hacía ahí, dónde estaba su madre (a punto estuve de soltar lo de la sargento) y su padre. 

- Mi padre desapareció, estaba en sus cosas cuando todo ocurrió y no volvimos a saber de él -dijo-. Mi madre está ahí encerrada.

Miré hacia la puerta que señalaba, no se oía nada; me acerqué y pegué la oreja, toqué con los dedos en la madera, tardó unos segundos, pero sentí que algo se acercaba jadeando cada vez más fuerte y nítido, el empuje que hizo contra la puerta cuando llegó me hizo saltar hacia atrás. La sargento estaba allí, no había duda. Volví a tocar con los dedos y escuché su lamento animal.

- Ni se te ocurra abrir ¡con lo que me costó encerrarla!

La atacó, me contó. Estuvo fuera, bajó al almacén a por provisiones y a la vuelta, la atacó ¡su propia madre!, pero con su agilidad consiguió llevarla a esa habitación la esquivó con mucha pericia y al salir cerró y echó la llave a la puerta. Dos cosas me sorprendían ¿una puerta con llave dentro de un domicilio privado? y ¿"al almacén a por provisiones"? ¿tenían provisiones?


EL ALMACÉN

- Creó que he metido la pata, nunca debí decírtelo. Lo de las provisiones, lo otro es muy sencillo, era el despacho de mi padre y tenía llave porque a veces guardaba ahí cosas muy valiosas e importantes, eso decía.

- ¿Y...? -pregunté, como si a mi me importara un comino el despacho.

- Mi padre era almacenero, bueno, no se dice así, pero almacenaba comida y luego la vendía o la usaba en su comercio. El almacén es el que está abajo, el que los vecinos no queríais porque olía raro, es verdad ¡a comida! Está repleto hasta el techo y tiene una cámara con comida fresca...

- Pero... si hace más de una año que no hay luz.

- Cierto, pero mi padre tenía su propio generador, con eso también funciona el frigorífico del piso, así que está todo intacto, pero congelado y nosotras lo subíamos poco a poco para consumirlo. Puede haber para bastantes años.

No me lo podía creer, era como enterarte de que ganaste el premio de la Lotería al cabo de un mes, del peor de tu vida, pero no tenías que haber pasado por tanto y ahora lo sabes, de repente. Solo me faltó ponerme la camiseta vuelta sobre la cara y hacer el avión por toda la sala, pero la prudencia que había aprendido a valorar, me lo impidió.

Iniciamos entonces una entrañable amistad, me contó que desde lo de su madre no había bajado al almacén porque su madre llenó el frigorífico de comida fresca y el congelador también; junto con algunas cosas enlatadas, había soportado estos meses. Yo alucinaba. También me contó la envidia que sentía de vernos jugar en la calle y ella no poder, pero su padre decía que ella era demasiado para cualquier pelanas de la vecindad y que la aguardaba un destino mejor si sabía esperar la oportunidad, él se encargaría del asuntos, incluido encontrarla un marido adecuado. Y su madre era la ejecutora policial de esta política de aislamiento.

Nos hicimos amigos, pero no novios, que se os ponen los ojos como los de un lagarto sólo de pensarlo. Cada uno vivíamos en nuestro piso, arreglé la puerta del suyo, simplemente abrimos la cerradura y cambiamos la hoja dañada por una nueva e intacta que había en el cuarto piso, quedó bien salvo por el color y el estilo, cada puerta era de una tendencia distinta. Pasábamos buena parte del día juntos y compartíamos los alimentos, dándole prioridad a lo más caducable.

Subíamos a la azotea, jugábamos al escondite, leíamos, veíamos viejas películas en VHS. Ella dijo que en el despacho de su padre había más, pero no quisimos arriesgarnos a entrar, aunque yo sabía que antes o después lo deberíamos intentar. Eramos felices y lo pasábamos bien. A una determinada hora, antes de anochecer, nos despedíamos, ella cerraba su puerta a cal y canto y yo me subía a mi armario secreto, que ella sí conocía. Hasta el día siguiente que nos volvíamos a reunir. Estábamos genial, pero al final, se nos acabó el condumio, había que bajar al almacén.

Nos dispusimos a hacerlo juntos. No había más precaución que teníamos que llevar linternas, ella tenía las llaves. Así que ahí fuimos, con dos carros de la compra vacíos y una linterna cada uno, hablando de nuestras cosas, ese día estaba ella muy animada. Llegamos junto a la puerta y según estábamos hablando, metió la llave en la cerradura, giró tres veces y luego usó otra llave para la segunda cerradura, que volteó dos veces. Al final se abrió la puerta y... enfocamos las linternas y... ¡qué susto!

Su padre había puesto un espejo justo a la entrada, con lo cual, todo el que abría lo primero que veía era a él mismo entre penumbras, esto, junto con la oscuridad reinante, hizo que viéramos toda la saga de fantasmas de la historia. A su agudo grito siguió el mío, más grave. Pero aún fue más grave que al mover el espejo, que no era más que una segunda puerta, apareció su padre... A mi se me cayó la linterna y mi amiga salió corriendo escaleras arriba seguida de su progenitor, que ni me miró, tampoco sé si me hubiera visto.

Yo me lancé tras ellos para ayudar a la única mujer de mi vida (es cierto, no había ninguna más viva, que yo supiera, y de las muertas sólo conocía a su madre, o sea, como si nada). Trepó por las escaleras y llegó a la planta de entrada, la cual tenía una trampa por si se colaba alguien en el edificio, para que no pudiera encontrar la escalera, pero sí el ascensor, el cual había trucado yo: el cable de seguridad no existía y el cable de tracción estaba cortado a falta de un solo hijo, con lo que si llegaba un "okupa" no admitido, subiría en el ascensor a ver si funcionaba y con su peso, el hilo se rompería y caería los cinco pisos hacia abajo hasta el último sótano del aparcamiento. Si no moría del trompazo, se quedaría allí encerrado, pues la puerta estaba bloqueada para que no pudiera abrirse.

Por desgracia mi única amiga no se acordaba que se lo había contado todo y al no ver al primer golpe las escaleras, saltó hacia el ascensor, que aguantó estoicamente su escaso peso, pero cuando su padre la siguió dentro... sí, tristemente se descolgó y cayó al vacío ante el alarido salvaje del padre y el aterrorizado de la hija. Duraron lo justo. Y dejó de oírse nada. Estaba de Dios que la niña se quedaría en eso, un bonito recuerdo, para una vez que iba a tener un amigo, poco me duró, pero aún menos le duré yo a ella; a fin de cuentas yo constituía un 8% de su corta vida, pero ella para mí, de haber vivido lo que me quedara, seguro que era mucho más ¡malditas matemáticas!

El almacén estaba abierto y lo otro no tenía solución, había que ser prácticos, así que me acoplé a mi nueva vida. Cambié de piso porque en el segundo había un frigorífico y cada semana bajaba a por algo de comida fresca. Hice un rápido cálculo revisando todo el almacén y deduje que tenía para varios años, hasta mucho después que me saliera la barba, aquello era un depósito de verdad. Y la energía procedía de una placa en la azotea, así que estaba asegurado el suministro de sol... Pero echaba de menos a mi amiga...

Alone again, natruly.



@ 2020, by Santiago Navas Fernández 

sábado, 11 de julio de 2020

EL OSARIO (un cuento fantástico)


 

DESCUBREN POR CASUALIDAD, UN OSARIO EN ALDEALAGUILA

Según relata la Guardia Civil, un osario de restos animales y humanos, ha aparecido en la olvidada aldea ganadera, durante la excursión de unos senderistas. El proceso de investigación está abierto.” La Provincia.

 

CONTINUA EL MISTERIO EN ALDELAGUILA. Según nuestro corresponsal, se trata de un osario donde los ganaderos de la zona despeñaban los animales que morían y las aves carroñeras acudían a devorarlos, de esta forma evitaban ataques contra sus rebaños.” El Correo Industrial.

 

 

“ACLARADO EL MISTERIO DE ALDEALAGUILA, TODO FUE UN ERROR, DICE LA AUTORIDAD

Según nota hecha pública esta mañana, los huesos humanos encontrados en el osario de Aldealáguila, proceden del viejo cementerio. Por un error humano, una vez levantados, fueron arrojados allí, cuando debían haber sido trasladados a su nuevo emplazamiento, en la cabeza de partido situada a tan solo 25 Km. En su lugar, sigue diciendo la nota, lo que se podía haber arrojado al osario, eran los restos no humanos del cementerio desmantelado”. El Sol

 

Argimiro no hablaba con ningún otro preso. Argimiro no estaba acostumbrado a la gente y menos a aquella. Él, desde que se quedó sólo en la aldea al cuidado del ganado, se escondía cuando veía venir gente. Su casa no parecía más habitada que las otras, así que pasaba desapercibida a los visitantes. En realidad, vivía arriba de la sierra, en un cuarto que se había habilitado junto al tenado grande, para estar más al cuidado de los rebaños. Cuando no eran lobos, eran buitres, pero siempre tenía alguna amenaza que combatir, así que guardaba cada noche bajo techo a sus animales, en un corral enorme, de tejado bajo hecho con postes y vigas de madera y tejas viejas de las casas abandonadas. Pensaba que así, el musgo que recubría la gastada arcilla hacía que parecieran rocas a vista de pájaro. Y los perros avisaban si se acercaba el lobo.

 

Argimiro veía llegar a los excursionistas, cómo se preparaban, miraban a la montaña, recorrían los senderos, a veces dejando sus recuerdos tirados entre los matojos. Recorrían el valle, pero raramente algunos subían hasta su altura. Esos días, siempre en domingo, Argimiro no sacaba a los animales, como mucho los dejaba pasear por el cercado descubierto, los echaba hierba que tenía recogida y almacenada en el pajar. Luego, al día siguiente, el ganado se mostraba inquieto al pasar por los senderos y detectar el olor de la gente. A los animales no les gustaba su presencia, así que a él tampoco.

 

Un día apareció un caminante con su mochila, sus botas y su bastón, cuando él ya había sacado al rebaño. Los perros ladraron fuerte. Argimiro estaba preocupado porque hacía tiempo que los buitres le rondaban el ganado, se ve que no encontraban qué comer y sus animales les atraían. No se lo pensó. Cuando el desconocido le abordó con su estúpida sonrisa, con su ropa casi nueva y bastante más limpia que la suya, con las gafas y un montón de trastos que llevaría, Argimiro agarro el cayado hecho por su abuelo y le golpeó con todas sus fuerzas en la cabeza. El hombre le miró sorprendido mientras un líquido rojo le comenzaba a manar, Argimiro volvió a golpear y el pobre cayó redondo al suelo. El pastor tomó su pieza y la arrastró hasta el borde el osario donde arrojaba a los animales enfermos o moribundos y lanzó el cuerpo sangrante y aún moviéndose del excursionista. Visto y no visto, las aves se lanzaron a su caza por el terraplén.

 

Argimiro otro día vio una pareja de jovencitos que llegaban hasta el valle, hacía rato que se movía con sus animales en la media ladera de enfrente. Observó lo que hacían. Ella tenía unos rizos rubios muy lindos, él era de pelo castaño y muy delgado. Vio cómo se enzarzaban el uno con el otro, se desnudaban y allí mismo daban satisfacción a sus cuerpos. Argimiro dejó el rebaño al cuidado de los perros y se acercó sigiloso, ambos estaban en un duermevela, ni se enteraron de lo que pasaba. Pero sus cuerpos, con más esfuerzo para subirlos hasta la cima donde estaba el osario, fueron arrojados igualmente para disfrute de las aves. Primero el del chico, el de ella se lo quedó unos días, ya lo arrojaría más adelante, pensando que así las carroñeras se olvidarían durante más tiempo de perseguir a su ganado.

 

Desde aquel momento, Argimiro se acostumbró a esperar la llegada de incautos solitarios a los que llevarse al osario. Cuando venían grupos, él se escondía. Con todo, consiguió que, durante mucho tiempo, las carroñeras no atacaran su ganado. Una vez al mes bajaba al partido judicial con sus productos, que le compraba un tratante del pueblo.

 

- Argimiro ¿no estás muy solo allá arriba?

 

Y él no contestaba, tan sólo se reía. Ese tratante fue el que les dio la pista a la Guardia Civil. Cuando ésta accedió a la choza junto al tenado, se quedaron atónitos. Argimiro mantenía ordenadas por las paredes, la cabeza de algunas de las mujeres o jovencitas que habían caído en sus garras, las tenía allí, ante él, unas más decrépitas, otras menos. Eran su compañía, cuando volvía cada noche o los días que pasaba encerrado por el mal tiempo, ellas le hablaban y él las contestaba, y viceversa. Se había hecho con un harén que le era totalmente fiel, que nunca le abandonaría y, al parecer, alguna incluso la consideraba su novia principal.

 

La Guardia Civil consiguió ocultar la historia a la prensa, pero a los familiares que habían denunciado las desapariciones, le tuvo que contar la verdad y entregar los restos para que los analizaran y a cada cual le devolvieran los huesos de su tío, de su padre, de su hija, de su hermana o de su madre. Que en años que Argimiro vivió así, acumuló crímenes suficientes como para ganarse la cadena perpetua que ahora penaba.



@ 2020 by Santiago Navas Fernández



P.D.- Supongamos que Argimiro se hubiera encontrado con algún zombificado del que se hubiera contaminado al manejarle, supongamos que dado su estilo de vida, el mal se hubiera desarrollado en su interior lentamente, hasta que ya dentro de la cárcel se hubiera convertido. A partir de ahí, la expansión hubiera provocado la pandemia en ese recinto. Pensarlo ¡puede ocurrir!

 

 

domingo, 7 de junio de 2020

E-BOOK O IMPRESO, TU DECIDES CÓMO LO QUIERES




La versión en papel ya está también disponible, bajo demanda, a través de Amazon. Estos son los enlaces:


-) Ebook e impresión a demanda en Amazon: amazon.es/Hipófisis




Un pequeño vistazo al Indice:



LO QUE EL GENERAL VIO
            No pueden ser humanos
Adiós, mi General
DIA PRIMERO
Pájaro uno ¡descienda!
Amordazado y esposado
¿Una niña en los pasillos?
Se lo comieron vivo
El muñeco articulado
Pero ¿dónde está la niña?
Lo que la peana escondía
Conociendo al enemigo
Conectamos con la península
Una explicación poco creíble…
…y que no convence a nadie
Dos muertos y dos heridos en la Fragata
El pájaro 2 trae un regalo
Primera incursión en los túneles
El rescate
Estado de aislamiento
¡Take care of my baby!
Lo que la americana contó
Lo que Mendizábal recordó
Lo que Mendizábal supo
Descansen en paz los enamorados

DIA SEGUNDO
Aquí corrió un cobarde
Un enemigo se asoma al jardín
Un hervido en el camino
El espantapájaros
Cocinero estilo fried chiken
El baile del lago de los cisnes
Al borde del acantilado con los pies colgando
Cuando la sangre se altera
Corriendo por las azoteas
Dos salas de baile para zombis rebeldes
7 de julio San Fermín
La puerta se ha quedado abierta
Encerrados en el área Z
No tengo ningún interés en morirme

DIA TERCERO
Una transfusión de esperanza
El edificio de oficiales
Cuatro zombis muy pesados
Estamos atrapados, mi Sargento
Los encerrados ahora son ellos
La armería
El accidente
Los zombis ganan
Zombis al carbón
Restos humanos
Los últimos zombis
Paradojas: un sacrificio humano

NOTAS


Ya sabes que puedes encontrarlo en Amazon. Si usas los enlaces de arriba, no te asuste si te advierte que te va a redirigir, es así, no se trata de ningún enlace fraudulento porque no se te pedirán datos de ningún tipo.

@  by  Santiago  Navas  Fernández

viernes, 3 de abril de 2020

SORPRESA V y final (un cuento apocalíptico en 5 entregas)



NUEVA VIDA

Decidí que lo mejor era dejar la puerta del apartamento abierta. En el difícil caso de que salteadores entraran en el edificio, les llamaría la atención un piso cerrado. Pero llevé todas mis reservas de agua y comida al refugio oculto que había creado mi padre y por la noche me encerraba allí y por el día procuraba adivinar los ruidos para reconocer los que eran propios de un edificio vacío y los que podían ser de personas acercándose sigilosamente.

De vez en cuando salía de ronda por los pisos. Iba con una mochila, haciendo un minucioso rastreo de cuanto pudiera ser de utilidad. A pesar del saqueo sufrido, tal vez por las prisas, los salteadores que se llevaron a mi hermano se habían dejado bastantes alimentos y utensilios importantes. Así que me hice con unas amplias reservas, de las que di prioridad a las más perecederas. Mi refugio era ahora una despensa casi inagotable.

Aprendí a vivir de nuevo, de otra forma. Curiosamente mis alergias desaparecieron y noté cómo el color de mi piel se normalizaba. Por las cañerías llegaba algo de agua, más que en los últimos tiempos con el edificio lleno de vecinos. Tomaba el sol en la azotea, pero procuraba no asomarme al borde por si alguien estaba a la vista, para que no me descubriera. Me entretenía leyendo y aprendiendo cosas útiles.

Dejé de apuntar las fechas en el calendario, eso me causaba aún más estrés. A veces me tumbaba en el sofá y sin darme cuenta transcurría el día así. Poco a poco fui cambiando. Dejé de lavarme. Dejé de cuidarme. Dejé casi de comer y de beber. Y dejé de vigilar.

En el fondo creo, que dejó de importarme nada de lo que ocurriera.


ÚNICO

Un día, harto ya de mi soledad de meses, me asomé a la ventana, nada me importaba ya que me descubrieran. Observé cansinamente el horizonte de edificios con ventanas unas rotas y otras enteras, nada nuevo podían ofrecerme, las conocía a la perfección de tanto mirarlas. Las había contado, sumado y multiplicado. Mis ojos vagaban sin sentido y se detuvieron solos en un punto, entonces avisaron a mi cerebro para que abandonara la modorra y atendiera a la sombra que se adivinaba en determinada ventana. ¡Era otro ser humano!

Me le quedé mirando. 

Así varios días seguidos, a la misma hora, el mismo lugar. Él también me observaba. Decidí que ya estaba bien de aislamientos, nació en mi la esperanza. Tomé la pizarra de los juegos, escribí un saludo y me lo coloqué delante del cuerpo, pegado al cristal, para que lo leyera perfectamente. Mi sorpresa fue que él hizo lo mismo. Pero aún más me sorprendí cuando, tras esforzarme por la distancia, conseguí leer su texto: “Hl, q tal?”. Justo lo mismo que yo había escrito, justo con las mismas letras, ni una más ni una menos. 

Y entonces recordé que muchos propietarios de estos carísimos apartamentos habían instalado espejos en vez de cristales en las ventanas, para preservar su intimidad.


@ by Santiago Navas Fernández



P.D.- Efectivamente, premio para los acertantes, es Salvador de Bahía, Brasil. Puedes ver cositas de esta bella ciudad pinchando en

 https://www.turismobr.com/informacion-general-de-salvador-da-bahia/

jueves, 2 de abril de 2020

SORPRESA IV (un cuento apocalíptico en 5 entregas)



EL HUECO

¿Qué hace quien se queda así, en soledad? ¿qué hacer cuando por la noche, en total oscuridad, escuchas crujir la madera como si alguien estuviera recorriendo en silencio tu piso para robarte la vida? Algo debía hacer, reaccionar, buscar a mi hermano, a mis padres. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Me decidí y un par de días después, descendí lentamente los pisos revisando uno a uno, me detenía en la puerta a escuchar cada susurro, pero sin entrar. Todo era silencio, si algún ruido con sentido humano me llegaba era tan lejano que fácilmente se comprendía que venía del exterior.

Seguí bajando muy despacito. Todo estaba abandonado, las puertas habían sido destrozadas para entrar, pues estaban concienzudamente cerradas, no como la nuestra, que solo tenía el pasador y apenas estaba rota porque para eso mi hermano la abrió a tiempo. Se reconocían indicios de pelea, había manchas de sangre y abajo del hueco, cuerpos amontonados. Yo no lo sabía, pero al final me di cuenta, habían sido arrojados desde lo alto. Allí amontonados reconocí a varios vecinos, a varios amigos y… a mis padres.

De mi hermano no encontré rastro.

Subí envuelto en lágrimas sin darme cuenta de nada y me dejé caer en el sofá, donde al cabo de unas horas, lo sé porque lo último que recuerdo es que anochecía, me quedé dormido.


PAISAJE

Estuve un par de días sumido en una especie de nebulosa que me impedía moverme, temí que fuera la enfermedad que se había activado e iba a acabar conmigo. Casi no podía ni moverme, no comí, sólo bebí agua de la botella que mi hermano había dejado allí mismo. Estaba a la mitad, pero me fue suficiente.

Volví a bajar, pero esta vez ya sabía lo que me iba a encontrar. Recorrí el portal aprovechando que desde la calle no se me vería. Obviamente no estaba cerrado, pero sí lo estaba la verja exterior, con un poco de suerte, nadie iba a entrar. Entorné la puerta muy despacio. Me fijé en la de subida del garaje, cerré la puerta y eché el cerrojo interior, al menos por ese lado no entrarían. No quise mirar el montón de cadáveres en el hueco, ya comenzaban a destilar su pestilente olor. Era una situación muy cruel para mi, allí estaban mis padres y los padres de mis amigos, entre otros vecinos, tal vez hasta mis propios compañeros de juegos, desde luego no lo iba a comprobar ¿Y de mi hermano qué? 

Estuve un rato pensando, tratando de comprender lo que había pasado, especulando con su paradero. Observaba los cadáveres pero no veía sus caras, no podía hacerlo. Hasta que un instinto interior me devolvió a la realidad y me decidí a subir a casa de nuevo.

Aproveché para recorrer los pisos y ver si había algo que me sirviera. Reconocí los apartamentos de mis amigos, sus habitaciones que conocía de ir a jugar con ellos antes de que me rechazara la Comunidad y tuviese que ocultarme. Reconocí sus juguetes. Pero también entré en otras que no conocía. Todo estaba roto y tirado por el suelo, no sé lo que irían buscando aquellos hombres, pero seguro que era cualquier cosa de valor.

Después decidí subir a la azotea. El espectáculo era increíble. La ciudad ardía por el centro, al fondo, también por donde estaban los polígonos y por los barrios de las chabolas. Había explosiones y más fuegos aquí y allá. Recorrí el perímetro de la azotea observando el contorno de la urbanización, la reja se mantenía en su lugar e incluso pude ver que estaba cerrada en todas sus puertas. Quizá el vecino que abanderaba a los que se llevaron a mi hermano, la cerró con el secreto instinto de que un día pudiera necesitar un refugio. Los demás edificios habían sido saqueados igualmente, las ventanas de cristales rotos demostraban la violencia sufrida.


@ by Santiago Navas Fernández


P.D.- No, no es Río de Janeiro, aunque sí hablan el portugués. El gentilicio de sus habitantes es soteropolitano (no vale usar google para encontrarlo ¿eh?)